Carlos F Fábregas
El año pasado, en compañía
de mi hijo Carlos, visité Portugal por primera vez, recorriendo varias ciudades
y, por supuesto, su capital, Lisboa. Mientras estaba en el Museo del Azulejo,
en una de sus salas encontré un rótulo que indicaba que los azulejos expuestos
habían sido rescatados del terremoto de Lisboa. En ese momento, descubrí uno de
los sucesos más terribles y catastróficos que habían ocurrido en esa hermosa
ciudad. Decidí escribir sobre este tema y averiguar todo lo que había sucedido
en esa época con respecto al terremoto.
Considerado uno de los
eventos sísmicos más devastadores de la historia de Europa y del mundo, el
terremoto de Lisboa ocurrió el 1 de noviembre de 1755 (Día de Todos los
Santos), alrededor de las 9:40 a.m. El epicentro se situó a unos 250 km de la
costa portuguesa. La duración del terremoto fue entre tres minutos y medio y
seis minutos. Los edificios se desplomaron con grandes grietas, y la población,
corrió hacia los muelles en busca de refugio. Además, observaron que el agua
comenzó a retroceder. Cuarenta minutos después del terremoto, tres tsunamis con
olas de alturas entre 6 y 20 metros inundaron el puerto y las zonas del centro,
subiendo aguas arriba sobre el río Tajo. En las áreas que no fueron afectadas
por el maremoto surgieron incendios principalmente debido a la cantidad de
velas encendidas en las iglesias. Las llamas persistieron durante cinco días en
la ciudad.
La población de Lisboa en
ese momento era de aproximadamente 275,000 habitantes. Se calcula que unas
90,000 personas murieron en la ciudad, mientras que otras 10,000 fallecieron en
Marruecos y 1,000 en Ayamonte (Huelva, España). Además, se registraron daños en
varios puntos del sur de España y en toda la península ibérica.
El impacto del terremoto
tuvo consecuencias profundas en la mentalidad de la sociedad de la época.
Muchos cuestionaron las interpretaciones teológicas y filosóficas del desastre,
especialmente porque la ciudad fue golpeada en el Día de Todos los Santos, una
festividad religiosa muy importante. Este evento también influyó en el
pensamiento de la Ilustración en toda Europa, planteando preguntas sobre la
justicia divina y la naturaleza del sufrimiento humano.
Gracias a este evento, los
estudios sobre sismología avanzaron significativamente en Portugal y en el
resto del mundo.
JOSE I REY DE PORTUGAL
Cuando ocurrió el terremoto,
José I era el rey de Portugal. Nació en Lisboa el 6 de junio de 1714, hijo del
rey Juan V y María Ana de Austria. En 1729, se casó con la infanta española
Mariana Victoria de Borbón, hija de Felipe V de España. José I era un católico
devoto y ascendió al trono a la edad de 35 años tras la muerte de su padre.
Inmediatamente después de
convertirse en rey, José I nombró a Sebastião José de Carvalho e Melo como
primer ministro. Carvalho e Melo había sido embajador de Portugal en Londres y
Viena. En 1749, fue designado ministro de relaciones exteriores por recomendación
de la reina madre. A diferencia de su padre, José I tenía un gran aprecio por
su nuevo ministro y le otorgó el control del estado debido a su experiencia en
desarrollo económico y político en las grandes potencias europeas.
Posteriormente, Carvalho e Melo fue nombrado primer ministro del reino.
A pesar de su competencia,
Carvalho e Melo no era aceptado por la aristocracia de la época debido a su
origen como hijo de un hacendado rural. El primer ministro veía a la nobleza
como un grupo corrupto e incapaz de tomar medidas prácticas. Antes del terremoto,
existía una lucha constante por el poder y el favor real. Sin embargo, la
respuesta competente de Carvalho e Melo, también conocido como el Marqués de
Pombal, eliminó cualquier posibilidad de que la aristocracia tomara el control.
La oposición y el
resentimiento hacia el rey José I comenzaron a manifestarse, lo que culminaría
con un intento de asesinato por parte del Duque de Aveiro y la familia Távora.
La familia real portuguesa
escapó ilesa del terremoto, ya que el rey y la corte habían salido de la ciudad
después de asistir a misa al amanecer. Cumpliendo el deseo de una de las hijas
del rey de pasar el Día de Todos los Santos lejos de Lisboa, José I desarrolló
una paranoia de vivir bajo techo. La corte fue acomodada en un enorme complejo
de tiendas y pabellones en las colinas de Ajuda, cerca de Lisboa. La paranoia
del rey nunca disminuyó, y hasta después de su muerte, su hija María I no
comenzó a construir el Palacio de Ajuda en el sitio del antiguo campo de
tiendas.
La capital lisboeta se
reconstruyó por completo, pero a un costo elevado, siguiendo las directrices
del Marqués de Pombal.
LOS JESUITAS EN PORTUGAL
Uno de los jesuitas más
famosos de esa época fue el padre Gabriel Malagrida, de origen italiano, quien
fue misionero en Brasil y predicador en Lisboa. La influencia que el padre
Malagrida tenía en la corte portuguesa no era del agrado del primer ministro,
el Marqués de Pombal, especialmente debido a los trabajos que el padre
Malagrida había realizado entre la población indígena y negra en contra de la
esclavitud.
Con el terremoto de Lisboa,
el padre Malagrida vio una oportunidad singular de exhortar a la población a
cambiar sus costumbres, argumentando que el terremoto había sido un castigo
divino. Esto contradecía los folletos que el gobierno había mandado a imprimir,
indicando que el terremoto había sido causado por razones naturales y no
divinas.
El padre escribió una
pequeña obra llamada “Juízo da verdadeira causa do terremoto”, en la cual
atribuía la catástrofe al castigo divino, al mismo tiempo que defendía la
realización de procesiones y ejercicios espirituales.
Para el gobierno, el padre
Malagrida obstaculizaba cualquier avance en la reconstrucción de Lisboa. En
1757, el Marqués de Pombal convenció al rey para que desterrara al padre
Malagrida a la ciudad de Setúbal y despidiera a todos los jesuitas de la corte.
Al año siguiente, el rey de Portugal sufrió un atentado, lo que profundizó la
desconfianza en los jesuitas. El 14 de noviembre de ese mismo año, el rey
emitió un decreto que expulsaba a los jesuitas de Portugal y sus dominios en
América. En las misiones jesuitas en Paraguay había minas de oro, y el gobierno
portugués quería acceder a ellas, por lo que firmó un acuerdo con España que
eliminaba las misiones jesuitas en Paraguay. Esto provocó una revuelta de los
indígenas guaraníes que vivían en las misiones, y las autoridades acusaron a
los jesuitas de instigar los alzamientos.
En resumen, los jesuitas
enfrentaron persecución y expulsión en Portugal debido a tensiones políticas y
conflictos relacionados con las misiones en Paraguay y el terremoto de Lisboa.
Su historia es un testimonio de los desafíos que enfrentaron en esa época
tumultuosa.
EL JUICIO A LA FAMILIA TÁVORA
El rey José I tenía una
amante llamada Teresa Leonor Távora, miembro de una familia muy antigua y de
mucho prestigio en Portugal. Además, eran enemigos acérrimos del Marqués de
Pombal.
El 3 de noviembre de 1758,
mientras el rey regresaba de una visita a su amante, fue emboscado por unos
malhechores que le provocaron heridas con armas de fuego.
Este atentado desencadenó un
proceso sumarísimo, y en tan solo cuatro meses, se llevaron a cabo ejecuciones
en las casas de tres familias nobles: los Távora, los Atouguia y los Aveiro.
Los acusados fueron condenados en Belém el 13 de enero de 1759. A pesar de la
creación de un tribunal para juzgar a los miembros de estas familias, los
jueces no pudieron probar la culpabilidad de los acusados. Las evidencias eran
débiles o, en algunos casos, inexistentes, basándose en deducciones a partir de
fragmentos de cartas, mensajes y confesiones obtenidas bajo tortura.
El 12 de enero se redactó la
sentencia, se comunicó a los acusados y al día siguiente, el 13 de enero, se
ejecutó en una explanada de madera construida en Belém. Las condenas incluyeron
castigos brutales: el duque de Aveiro, el marqués de Távora, el hijo Luis
Bernardo, José María Távora y el conde de Atouguia debían sufrir la rotura de
huesos en piernas, brazos y pecho con una maza, atados a ruedas, para luego ser
quemados y reducidos a cenizas. A Leonor le cortarían la cabeza con una espada
y luego la expondrían y quemarían. Los sirvientes de los nobles también
enfrentaron la misma pena.
Además de las ejecuciones,
se confiscaron todos los bienes de las familias y se prohibió el uso del
apellido Távora. Sus casas fueron derribadas y los solares llenados de sal. El
Palacio del Duque de Aveiro, en Belém, cerca del Monasterio de los Jerónimos,
fue demolido y en su lugar se erigió una columna.
Estas ejecuciones
conmocionaron a las monarquías europeas. Posteriormente, el primer ministro
Carvalho e Melo fue nombrado conde de Oeiras y, más tarde, marqués de Pombal.
La Compañía de Jesús fue
expulsada de Portugal en 1759, y el sacerdote jesuita Gabriel Malagrida fue
juzgado por la Inquisición como hereje y falso profeta, siendo quemado vivo en
1761 en una plaza de Lisboa.
Tras la muerte del rey José
I, su hija, la nueva reina María I de Portugal, expulsó al Marqués de Pombal
del gobierno y lo envió al exilio. Además, ordenó la revisión del proceso
Távora, y los jueces encontraron inocentes a los Távora y al conde de Atouguia
debido a la falta de pruebas.
La memoria de la familia
Távora fue restituida, devolviéndoles los títulos y bienes que les
correspondían. El marqués de Pombal falleció el 15 de mayo de 1782.
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