HORATIO NELSON Y EL CASTILLO DE LA INMACULADA

 Carlos Fonseca Fábregas, 29 de julio 2022

Plano de la Fortaleza "El Castillo de la Inmaculada Concepción", por Don Luis Diez Navarro 1743
Plano de la Fortaleza "El Castillo de la Inmaculada Concepción", por Don Luis Diez Navarro 1743

Hoy, me trae un relato de gran importancia histórica, muy poco conocido en Nicaragua. Se trata del Vicealmirante Horatio Nelson, Vizconde de Nelson y Duque de Bronté, además de ser Miembro de la Cámara de los Lores.

Nelson, nació en Inglaterra el 29 de septiembre de 1758, y murió en combate el 21 de octubre de 1805 en el cabo Trafalgar, provincia de Cádiz, España, a la edad de 47 años.

Nelson, venía de una familia adinerada del condado de Norfolk en Inglaterra, y se unió a la marina por la influencia de un tío, Maurice Suckling, oficial naval de alto rango.

Empezó a navegar a la corta edad de 13 años en 1771 como guardiamarina a bordo del barco HMS (His/Her Majesty's Ship, en español se traduce por “Buque de Su Majestad”). Raisonnable. A partir de ahí viajo por la Indias Orientales, Jamaica y Tobago.

En 1777, Nelson aprobó el examen de teniente y al día siguiente zarpó de nuevo en el barco HMS Lowestoffe hacia Jamaica, al mando del capitán William Locker. Esté, impresionado por las habilidades de Nelson, lo recomendó al nuevo comandante en jefe de Jamaica, Sir Peter Parker, quien navegó con Nelson incautando barcos franceses que apoyaban a los independentistas americanos.

Parker lo nombró capitán y comandante del HMS Badger y la mayor parte de 1779 navegó frente a las costas de Centroamérica llegando hasta los asentamientos británicos de Honduras Británica (hoy Belice) y Nicaragua. Después de estas hazañas, regresó a Port Royal, Jamaica, donde le entregaron la fragata de 28 cañones HMS Hinchinbroke recién capturada a los franceses.

En 1780, impulsado por el Gobernador de Jamaica John Dalling, se organizó una expedición al Castillo del Río San Juan en donde el costo en vidas humanas fue de más de 2,500 hombres del lado británico. Esto convirtió a la expedición en uno mas de los desastres de guerra británicos del siglo XVIII. Lo peor es, que fue en vano al no lograr su objetivo. Sumado a este desastre la mayoría de las 160 prisiones españoles del Castillo murieron antes de ser devueltos a Cuba.

INICIO DE LA EXPEDICION A NICARAGUA

Para 1780, en Jamaica se encontraba de gobernador el mayor general John Dalling (1731-1798). En ese tiempo, las tierras en América estaban independizándose y consideró que tenía una respuesta a los problemas de Gran Bretaña, al menos en lo que respecta a España. Dalling, entonces de cuarenta y ocho años, era un ex oficial de los “Royal Americans” y había estado en Quebec, Canadá, algún tiempo.

Dalling había estado estudiando el mapa de América Central y llegó a la conclusión de que había una oportunidad de tomar territorio español con ricos pastos para criar ganado. Consideraba que, al mismo tiempo, podía abrirse camino hacia el Océano Pacífico para ganarse los elogios del gobierno británico y hacerse un nombre. Planeaba dividir las posesiones de España cortándolas por la mitad. Para hacerlo, enviaría una fuerza a Nicaragua y construiría una serie de fuertes desde el Golfo de México hasta el río San Juan a través de la parte más estrecha de Nicaragua hasta el Pacífico.

Debido a que España había entrado en la guerra contra Inglaterra, uniéndose a Francia y a las colonias americanas, Dalling vio una salida, un medio para ganar esa codiciada reputación militar con el saqueo y un retiro honorable. Tenía planeado enviar la expedición en enero 1780, cuando el tiempo estuviera a su favor que esperaba fuera antes de que iniciaran las temporadas de lluvias, para que las tropas ya hubieran tomado el castillo y alcanzado el lago de Nicaragua.

Dalling necesitaba apoyo naval para escoltar sus navíos de tropas hasta la desembocadura del Rio San Juan, una vez los soldados fueran desembarcados. El trabajo de la marina era proteger el estuario, a la espalda de la expedición y mantener una línea de suministros.

La expedición zarpó de Jamaica el 3 de febrero de 1780, compuesta por los barcos: Penélope, dos bergantines, tres balandras, un bote auxiliar, el Royal George. Todos ellos escoltados por el capitán Horatio Nelson, de 21 años, en el barco HMS Hinchinbroke con 28 cañones. Asimismo, se guardaron las piezas de un buque de poco calado, destinado al servicio en el lago de Nicaragua.

Nelson, era el oficial de más alto rango presente, pero su autoridad se limitaba a las operaciones en el mar. El Capitán John Polson era el comandante general, quién tenía a su disposición alrededor de 3000 hombres, incluyendo: 100 regulares del 60° Regimiento Real Estadounidense bajo su mando; 140 del 79° Liverpool Blues bajo el mando del Capitán Richard Bulkeley; 240 Voluntarios Reales de Jamaica bajo el mando del Mayor James Macdonald; 250 miembros de la Legión de Jamaica; y 125 del Royal Batteaux Corps, más un número no especificado de voluntarios negros de Jamaica.

El primer destino en el caribe fue la isla de Providencia, en poder de los británicos. El viaje fue tranquilo, aunque Nelson tuvo que castigar a un marinero por insubordinación con doce latigazos.

Recorrido de Nelson en la invasión al Castillo



La isla de Providencia no era un lugar muy accesible ya que estaba rodeada por un arrecife traicionero, al que solo podía entrarse a través de un pasaje estrecho y sinuoso. El 10 de febrero, en la isla providencia, Nelson recogió a una escuadra y a un piloto conocedor de la Mosquitia y del Río San Juan; adicionalmente, el Barco HMS Penélope encalló en el arrecife alrededor de la isla Providencia. El capitán del Penélope trató de alinear el barco y arrojó todos los cañones, menos tres, por la borda.

Con sus embarcaciones más pequeñas, Nelson ayudó a descargar materiales del barco para aligerar la carga. Sin embargo, el trabajo de reflotar el HMS Penélope parecía que iba a ser largo y, para el 13 de febrero, Nelson decidió continuar el viaje, dejando al HMS Penélope. Pero este logró salir a flote, entro a mar abierto y continuó el viaje con el resto de la misión.

Al día siguiente, el 14 de febrero, Nelson y Polson llegaron a Cabo Gracias a Dios, donde se suponía que destacamentos de voluntarios Zambos y Miskitos serían suministrados por el Mayor James Lawrie, superintendente general de los asentamientos británicos en la costa de la Mosquitia. Desafortunadamente, Nelson fue informado que el superintendente Lawrie no había hecho nada para reunir a la gente prometida al gobernador Dalling, y que todavía estaba reclutando en algún lugar del Río Negro.

Nelson y Polson decidieron esperar a que llegara Lawrie y su fuerza prometida. La expedición estableció un campamento en unos pantanos. Para obtener mano de obra, se acercaron a los miskitos con regalos. El barco que fue traído en partes fue ensamblado y lo llamaron Lord Germain.

El 22 de febrero, Lawrie llegó con unos 200 hombres, todos ellos en mal estado de salud, y trece botes y canoas para navegar el río. La expedición permaneció otra semana antes de zarpar hacia la desembocadura del Río San Juan. Entre el 7 y el 24 de marzo, los miskitos y zambos fueron reclutados a lo largo del trayecto. La costa estaba plagada de bancos de peces, por lo que el avance era lento, siendo necesario anclar todas las noches. El barco HMS Hinchinbroke, el Penélope y uno de los bergantines encallaron en los arrecifes. Todos estos retrasos llevaron a la expedición a no llegar a la ciudad de Greytown, en la desembocadura del Rio San Juan, sino hasta el 24 de marzo.

LLEGADA A LA DESEMBOCADURA DEL RIO SAN JUAN

Mapa del Río San Juan por el Baron A. de Bülow, Berlín 1851


Nelson tenía instrucciones de Parker de desembarcar: soldados, irregulares, Zambos y Miskitos a su llegada a la desembocadura del Río San Juan. En este punto, su participación directa cesaría: otros debían llevar a los soldados río arriba. Pero, cuando Nelson vio que algunos de los barcos se volcaban al comenzar el viaje río arriba, pidió voluntarios y tomó los botes del barco HMS Hinchinbroke y los puso a disposición del coronel Polson, uniéndose él a la expedición a El Castillo.

Cuando se iniciaba la expedición por el Rio San Juan, Polson recibió una carta enviada por Dalling, fechada el 17 de marzo, once días antes, donde le informaba que refuerzos enviados desde Kingston bajo el mando del teniente coronel Stephen Kemble del Regimiento Gótico (Royal American), asumiría el mando general. Esto impulsó a Polson a una mayor acción, al saber que tenía que capturar El Castillo antes de que Kemble apareciera y obtuviera el crédito por la operación.

El 28 de marzo, los botes y canoas remaban y remaban río arriba, pero encontraban mucha dificultad por los bancos de arena, así como por la corriente. Lejos de la costa, las condiciones se volvieron cada vez más difíciles.

El agua era poco profunda, y cada milla río arriba era difícil de ganar, aunque los Miskitos y Zambos demostraban su valía como barqueros en cada giro y vuelta. Nelson constantemente ordenaba a los hombres que estibaran y sumergieran sus pangas en el agua para ayudar a transportar y empujar los botes cuando encallaron. Los barcos más pesados estaban constantemente enterrados en su parte trasera.

En tres días los hombres lucharon contra el río, el calor, la humedad y los mosquitos, haciendo apenas seis millas al día. El 31 de marzo, se permitió a los soldados un día de descanso en uno de sus campamentos nocturnos en la orilla del río, pero para los hombres de Nelson, la batalla con los barcos continuaba.

La historia cuenta cómo Nelson estaba acostumbrado a colocar su hamaca entre los árboles en los campamentos nocturnos. En una de esas ocasiones fue despertado intempestivamente por un lagarto que se arrastró por su rostro. Saltando alarmado, Nelson, se quitó la manta, solo para ver que una serpiente venenosa, probablemente una coral, se deslizaba hacia la maleza. Los Zambos y Miskitos que observaban lo ocurrido estaban asombrados. Pensaban que Nelson tenía poderes por haberse protegido de la serpiente.

El 1 de abril, una vez que Nelson pasó la desembocadura del río Colorado, encontró aguas más profundas y mejoró su ritmo.

Partiendo antes de la luz del día, los barcos se movían ahora a diez millas al día y los españoles se suponía estaban cerca. Polson ordenó a sus hombres que hicieran el menor ruido posible, incluso en el campamento y mantuvo sus botes más juntos.

El 5 de abril los británicos pasaron por una isla en ruinas, de una antigua fortificación española y al día siguiente acamparon, estaban a solo seis millas (9.6 km) de un puesto de vigilancia de los españoles. Polson prohibió que se encendieran más fuegos y decidió enviar al capitán James Mounsey y Capitán Edward Marcus Despard con una treintena de hombres para investigar sobre el puesto de vigilancia.

El 8 de abril, Polson ordenó a sus hombres que marcharan por la orilla norte del río hasta la parte delantera de los rápidos, mientras los Miskitos se hacían cargo completamente de las embarcaciones. Nelson, fue con los soldados en esta ocasión, caminando por la selva hasta reunirse con los Miskitos rio arriba y con el grupo de Mounsey.

El puesto de vigilancia español estaba en una isla llamada Bartolo, a unos setenta y cinco metros de la orilla norte del río. Solo tres centinelas fueron vistos en servicio nocturno, pero parecían ser soldados regulares y alertas.

Despard, propuso que, para que los españoles no avisaran de su presencia, era necesario tomarse el puesto de vigilancia. En el lado sur de la isla, el agua parecía lo suficientemente profunda como para que los botes ligeros pasaran por la noche. Despard sugirió enviar una fuerza alrededor del puesto para cortar la retirada de los españoles en un ataque sorpresa por la parte posterior de la isla, a plena luz del día. Otros podrían dar cobertura de fuego desde la orilla norte del río. Nelson, inmediatamente se ofreció a comandar los barcos y hacer el ataque principal, mientras que Mounsey se encargó del recorrido terrestre.

En la noche, Nelson condujo su pequeña fuerza hacia adelante. Tenía dos barcazas del barco HMS Hinchinbroke, dos pangas, cuarenta soldados (incluido Despard) y algunos Zambos, Miskitos y marineros.

Por el lado de los españoles, debido a los múltiples intentos de ataques al Castillo y para evitar sorpresas, su comandante Don Juan de Ayssa había mandado a fortificar la isla de Bartola abajo del Castillo, en la cual hizo colocar cinco pedreros y dieciséis hombres de infantería.

El sargento, comandante de esta avanzada, tenía a su disposición dos cayucos con orden terminante de enviar un correo expreso a la hora en que se presentara algún enemigo, cuyo correo provisto de cohetes voladores debía ir disparándolo de trecho en trecho, para anticipar la noticia y de esta forma los del Castillo podrían enviar correo a la ciudad de Granada para pedir refuerzos.

Nelson, por su parte, siguió adelante, colándose más allá de la isla, en la oscuridad y sin ser visto, pero tuvo más problemas. Uno de sus botes encalló y tuvo que ser dejado atrás. Continuó remando hacia adelante y esperó la poca luz para pasar, pero fue visto por los españoles. Era el 9 de abril, entre las 7 y 8 de la mañana. Los españoles avisaron a los centinelas del Castillo, subiendo a una pequeña embarcación, disparando los cohetes convenidos.

La fuerza española en el puesto de vigilancia estaba compuesta por quince regulares españoles, con una batería semicircular que montaba cuatro cañones giratorios, todos apuntando río abajo.

Inmediatamente, Don Juan Ayssa mandó un correo a Granada con el Capitán General Don Matías Gálvez, siendo la portadora de los pliegos la misma esposa de Ayssa, tanto para ponerla a salvo como para la pronta llegada de fuerzas de auxilio.

Ubicados en la isla, tan pronto vieron que los barcos británicos se acercaban a ellos, los españoles tomaron sus cañones y abrieron fuego. Los hombres de Mounsey también abrieron fuego, pero los disparos aún salpicaban alrededor de los botes de Nelson. Mientras los botes de Nelson llegaban a tierra, él espada en mano y hundiéndose en el barro, dejó sus zapatos atrás y sin zapatos atacó. Después de una resistencia simbólica, los españoles corrieron hacia sus botes y huyeron, pero los esperaban los Miskitos y fueron detenidos. Solamente el sargento español y cuatro de sus hombres pudieron salvarse en un cayuco que les había quedado y se presentaron algunas horas después al Castillo, dando cuenta de lo sucedido.

La única víctima mortal sufrida por ambos lados fue la de uno de los soldados de Mounsey, mordido debajo de su ojo izquierdo por una serpiente colgada de un árbol mientras marchaba por el bosque. El cuerpo se hinchó, su piel se volvió de un amarillo intenso y el ojo herido se disolvió completamente. En cuestión de horas estaba muerto.

Nelson interrogó a los prisioneros y supo que el Castillo estaba a solo 6 millas (9.8 km) río arriba. Cuando Polson llegó y decidió hacer de Bartola una base para el avance final, Nelson se ofreció a hacer un reconocimiento personal a El Castillo.

Después del anochecer del mismo día partió con un bote con Despard y uno de los prisioneros. Era un trabajo peligroso, remando varios kilómetros contracorriente en un río desconocido lleno de bancos de arena. Pero en la mañana de 11 de abril, al pasar por una curva cerrada, a su derecha vieron el Castillo de la Inmaculada Concepción directamente frente a ellos.

El Castillo se encontraba en la cima de una colina empinada, situada en una prominencia de tierra que sobresalía a la orilla sur del río y parecía medir unos sesenta y cinco por treinta y un metros. A cien pies por debajo del Castillo, el agua era de una espuma blanca por los rápidos. Las paredes recién encaladas se observaban fuertes, de cuatro pies de grosor y catorce pies de altura. Había bastiones regulares en cada esquina y una bandera ondeaba sobre una torre. Un pequeño cuartel y un piquete unían los bastiones del noroeste y sureste y una zanja imperfecta encerraba el conjunto.

El lugar parecía tranquilo y no había señal de alarma, sin embargo, Don Juan Ayssa sabía de los británicos por el sargento que había llegado de Bartola. No se hacía ilusiones de mantener su puesto contra un ataque, pero tenía una veintena de cañones, doce giratorios y un mortero, mas sólo 149 defensores armados, la mitad de ellos regulares y el resto una colección mixta que incluía diecisiete barqueros. Los otros 86 eran artificieros, un capellán, mujeres, niños, esclavos y tres malhechores. Estaba lejos de ser un gran ejército y al enterarse del avance británico, Ayssa almacenó tanta agua como le fue posible.

Mientras tanto, en la isla Bartola, donde se encontraba Polson, James Lawrie había llegado al campamento con alguna fuerza, diciéndole a Polson que el Mayor James MacDonald estaba avanzando rio arriba con la segunda división de las tropas.

El 11 de abril, a la cuatro de la tarde, los españoles divisaron a los británicos en la margen opuesta del río, y dos horas después se rompían los fuegos que duraron hasta bien entrada la noche.

Al amanecer del día 12, en la punta del padrastro de las cruces, que es una colina que se halla frente al Castillo, los británicos habían colocado una batería de cañones y, al pie de una cruz, una bandera inglesa. Los británicos tocaron la diana y saludaron su bandera. Los españoles izaron también su bandera dando vivas al Rey Carlos III y rompieron los fuegos de la artillería en medio de las absoluciones que repartía el capellán del Castillo.

El Castillo poseía cuatro cañones en la plataforma que daban al río y treinta y seis en la parte superior de la fortaleza, pero el fuego de la batería inglesa era terrible y los esfuerzos de los españoles se redujeron a tratar de inutilizarla, lo que por fin obtuvieron después de seis horas de nutrido cañoneo.

El día 13 de abril, después del toque de diana, los británicos continuaron con el cañoneo durante catorce horas, cesando el fuego por ambas partes hasta las ocho de la noche. Las murallas del Castillo quedaron tan maltratadas, que durante la noche los españoles se ocuparon de su reparación con cal y mezcla.

El 14 de abril volvieron a abrirse los fuegos de artillería con muchos estragos para ambas partes y el día 15 la loma fue reforzada con una batería de obuses británicos (Pieza lisa entre el cañón y el mortero, que dispara granada explosiva) enviados por Dalling, dañando más las murallas.

El 17 se continuaron los ataques por ambos bandos. A las seis de la tarde, aprovechando la oscuridad de la noche, los españoles bajaban al río a proveerse de agua y enterrar sus muertos fuera del recinto del Castillo.

El 18 se suspendieron los fuegos de la artillería inglesa, se dedicaron a reparar su batería y a hacer preparativos de asalto sin ser molestados por los del Castillo.

El 19 amanecieron los británicos trabajando en el asalto al Castillo y a las cuatro de la tarde trataron de asaltarlo por medio de seis grandes escaleras que apoyaron en las murallas, pero gracias al cañoneo de los españoles no obtuvieron éxito.

Don Juan Ayssa envió de nuevo aviso a Granada, a través de los negros Alfonso Gutiérrez, Vicente Prado y Juan Guzmán, con pliego para el capitán General Gálvez. Los negros bajaron por la muralla por una escalera de cuerda. Iban provistos de víveres para diez días y de lo más necesario para atravesar las montañas desiertas hasta llegar a las haciendas de Chontales. Para el paso del río tomaron un cayuco, favorecidos por la oscuridad de la noche. Se les dieron cohetes voladores que debían disparar en el monte cuando estuvieran libres de todo peligro, lo cual ejecutaron esa misma noche.

El 20, continuaron los cañoneos por parte de los británicos. A las cuatro de la tarde atacaron con mucho ímpetu hasta las nueve de la noche, por agua y tierra, auxiliándose con un gran número de pangas.

Debido a la mala planificación y la pérdida de suministros, los británicos pronto comenzaron a quedarse sin municiones para los cañones y sin raciones de comida para la tropa.

El 20 de abril, las lluvias empezaron, el rio se convirtió en una furiosa inundación y los campamentos británicos en un mar de miseria y lodo.

Los hombres se encontraban fatigados y atormentados noche y día por los mosquitos, empapados, escasos de comida y medicina debido a las comunicaciones lentas e inciertas por el Río. Empezaron a enfermarse masivamente.

Los Miskitos y Zambos comenzaron a morir primero, pero ya para el 24 de abril, los soldados empezaron a caer en gran número. Las cosas se pusieron serias, con grandes fiebres, ataques de frio, calor y sudoración.

También, en la desembocadura del Rio San Juan, las tropas en el sitio se encontraban empantanadas en un valle fluvial plagado de mosquitos, y el delta se hallaba pantanoso. Los soldados fueron azotados por malaria, disentería, sumándose tifoidea por la ingesta de agua y alimentos contaminados.

El 28 de abril, llegaron noticias al asentamiento de los británicos en el Castillo, en las que indicaban que Kemble había llegado a la desembocadura del Río con 200 regulares y 250 voluntarios, pertrechos adicionales y más Obuses. También, Dalling instruía a Polson de entregar el mando de la expedición a Kemble con la instrucción de continuar con la expedición del Rio San Juan y avanzar para controlar el Lago de Nicaragua y capturar Granada, León y El Realejo.

También había una carta para el capitán Nelson de Sir Peter Parker. Debía entregar el barco HMS Hinchinbroke al capitán Cuthbert Collingwood e inmediatamente regresar a Jamaica en el barco HMS Víctor de dieciséis cañones, que había acompañado a las tropas de Kemble. Nelson debía tomar el mando de la fragata HMS Janus de cuarenta y cuatro cañones.

El 29 de abril, continuaron los ataques de los británicos, haciendo mucho daño, porque ya las murallas del Castillo estaban casi destruidas. Así se pasó toda la noche. Los ataques nocturnos impidieron a los españoles abastecerse de agua y, cansados por la constante fatiga y muertos de sed, se vieron obligados a rendirse con la garantía de vida, quedando Don Juan Ayssa y la guarnición como prisioneros de guerra. Los británicos estaban obligados a ponerlos en uno de los puertos distantes de la América española, para que de ahí se condujeran donde mejor les pareciera.

El 28 de abril, Nelson había partido río abajo.

Al entrar los británicos a El Castillo de la Inmaculada Concepción, lo encontraron en una condición miserable, plagado de enfermedades, fétido e impregnado de hedor. No había cuartos de enfermos adecuados y la salud tanto de los británicos como de sus prisioneros españoles se deterioró rápidamente.

Cuando Kemble finalmente llegó al Castillo el 15 de mayo traía refuerzos con él, con la intención de avanzar río arriba para asegurar la desembocadura del Lago Nicaragua. Tomó el mando de las fuerzas británicas supervivientes, encontrándose con que los soldados estaban “en un estado deplorable” y “todo estaba en la mayor confusión”. No existía ninguna organización de defensa; con dificultad fue posible encontrar un subalterno para montar la guardia del Castillo. Cuando los hombres se enfermaban, yacían impotentes, algunos con las piernas hinchadas y diarreas. Los Miskitos y Zambos, temerosos de la enfermedad, también estaban descontentos. Se les había restringido la caza, se les había negado el acceso al Castillo y privado de lo que consideraban un saqueo legítimo, especialmente de los esclavos españoles, por lo que desertaron.

El viernes 7 de julio, junto a 250 soldados, Kemble avanzó río arriba después de grandes retrasos por fuertes lluvias. El 8 de julio, Kemble subió el río para unirse al grupo de avanzada, dejando a Sir Alexander Leigh al mando del Castillo. La avanzada por el rio fue lenta. Los barcos regularmente se encallaban, la lluvia violenta impedía que la expedición encendiera fuegos por la noche, los soldados se quedaban sin tiendas de campaña y los suministros siempre eran necesarios. Un cabo se ahogó tratando de entregar suministros río arriba. Todo esto contribuyó a la fatiga general de los hombres. Finalmente, la expedición llegó a la desembocadura del Lago Nicaragua donde los españoles ya anticipaban una invasión británica, por lo que habían fortificado la entrada al Lago. Según un informe emitido por Despard, el fuerte llamado San Carlos, ubicado frente al lago y el rio estaba protegido por 200 a 300 hombres; dos embarcaciones armadas, una balandra y una goleta, protegían la entrada del lago. Durante su reconocimiento, Despard fue descubierto por los españoles que dieron la voz de alarma. Esto, junto con la fatiga de sus tropas, los escasos suministros y las enfermedades, obligaron a Kemble a dar marcha atrás y evitar cualquier asalto a la desembocadura del lago.

Kemble concluyó que no estaba lo suficientemente preparado para un asalto en una posición española fortificada. En lugar de realizar sus ambiciones de capturar el control del Lago Nicaragua, se retiró río abajo hasta el Castillo, pero no sin antes realizar investigaciones de espionaje con ayuda de un negro español llamado Francisco Yore, a través de las cuales indicó que el fuerte de San Carlos contaba con doce cañones, 50 soldados regulares y 15 artilleros con más refuerzos esperados diariamente; los buques en el lago contaban cada uno con dos cañones y cañones giratorios; la balandra era mantenida por 30 hombres y la goleta 50; dos buques más se estaban ensamblando en el lugar. (En realidad, los españoles contaban con una guarnición de 500 tropas en el fuerte que estaba defendido por muros dobles).

El 24 de noviembre, Kemble recibió una carta de Dalling ordenándole que destruyera y abandonara El Castillo de la Inmaculada Concepción. El Castillo fue abandonado a finales de año y los españoles recuperaron el control de lo que quedaba a principios de enero de 1781 con una fuerza de 150 hombres bajo el mando del capitán Thomas de Julia.

Entre noviembre y finales de enero, los británicos hicieron preparativos para evacuar América Central. Kemble llegó a Port Royal, Jamaica, el martes 27 de febrero de 1781.

LAS DESGRACIAS DE LOS PRISIONEROS ESPAÑOLES

El 3 de mayo de 1780, fueron embarcados los prisioneros en canoas y piraguas, tripuladas por Miskitos y Zambos, custodiadas por treinta soldados británicos al mando de un sargento. Llegaron a San Juan del Norte el 7 del mismo mes y fueron entregados al Mayor General Kemble, en cuyo buque se les dio de comer. Tres días después hubo una tempestad y murieron dos de los prisioneros, fulminados por un rayo, que deshizo el árbol mayor del buque.

Ese mismo día fueron trasladados al buque Monarch para ser llevados a Santiago de Cuba. No salieron sino hasta el 20 de mayo rumbo a Cuba, llevando 20 marineros, pero los vientos contrarios no les permitieron adelantar nada, por lo que después de treinta y ocho días de navegación inútil, y de haber perdido a el capitán del buque, a 16 marineros y a 55 de los prisioneros, resolvieron regresar a San Juan, llevando al segundo capitán y al piloto enfermos, con escasez completa de víveres, y a un solo marinero hábil para el manejo del buque.

En San Juan del Norte permanecieron 51 días esperando provisiones. Durante este tiempo la miseria llegó a su colmo para los pobres prisioneros, a quienes solamente se les suministraba una escasa ración de carne salada y un poco de galleta podrida y llena de gusanos.

El 17 de agosto volvió el Monarch a hacerse a la mar rumbo a Santiago de Cuba. Los vientos contrarios después de una navegación fatigosísima llevaron el buque a Sabana la Mar (Republica Dominicana), donde el capitán resolvió estacionar el buque para repararlo y proveer de víveres y marineros. El 6 de septiembre botaron anclas y fueron ayudados por los habitantes del puerto.

El escorbuto, el hambre y la clase de miseria habían causado tales estragos en los prisioneros que habían fallecido 109 de ellos, contándose en este número el capellán Don Juan Gutiérrez y el cadete Don Bernardo Cuervo de la Buria. Los restantes se hallaban tan enfermos que no podían auxiliarse los unos a los otros ni con un poco de agua.

Las autoridades y vecinos de Sabana la Mar acudieron al socorro de aquellos hombres con cuanto auxilio pudieron; y por su mucha postración quedaron convaleciendo en tierra Don Juan de Ayssa, el teniente Don Pedro Brizio, Don Antonio de Antonioti y el soldado Carlos Aguirre, con orden de ir a reunirse por tierra en Puerto Real con el buque y los demás prisioneros que se hicieron a la vela por aquel punto.

Apenas restablecidos, los enfermos se pusieron en camino para Port Royal; pero a su llegada se encontraron con la triste noticia de que el Monarch había sido sorprendido en alta mar por un huracán terrible que se sintió el 3 de octubre, naufragando en unión del buque de guerra inglés Victoria. No quedó de él otra cosa que algunas tablas y más de 40 cadáveres de los prisioneros españoles que arrojó el mar a la Punta de Lucía.

En el Monarch perecieron el capitán Isasi, el Subteniente Don Gabino Martínez, 93 soldados de la guarnición del Castillo, el Capitán del buque, 7 marineros británicos y 8 prisioneros españoles tomados en una lancha de Cartagena, que habían apresado de camino.

Don Juan de Ayssa y sus tres compañeros, sin un centavo en el bolsillo, tuvieron que vivir miserablemente en Port Royal hasta el 23 de diciembre de 1780, en que una boleta de tránsito para New Orleans se compadeció de ellos, los tomó a bordo y los dejó en la Habana, de donde se trasladaron a Nicaragua en enero de 1781.

El Gobierno Español ascendió a Don Juan de Ayssa a teniente coronel a su regreso a Nicaragua y en 1783 fue nombrado Gobernador e Intendente de la Provincia de Nicaragua por el Rey de España en recompensa por la heroica defensa del Castillo.

REGRESO DE NELSON A INGLATERRA

Viajando Nelson de regreso a la desembocadura del Rio San Juan el 28 de abril, pasaron suministros y hombres que subían al Castillo. Algunos, al notar el impactante estado del joven capitán, recibieron su primera insinuación de lo que les esperaba. Pero al llegar a la desembocadura del río, Nelson encontró a Kemble organizando sus tropas en tierra y varios transportes que viajaban al puerto con los buques de guerra como el HMS Hinchinbroke, Víctor, Resource y Ulysses.

El viejo HMS Hinchinbroke se estaba abriendo en las costuras y se habían registrado algunas deserciones, así como un par de flagelaciones desde que Nelson se había ido. Mucho peor, la enfermedad se hacía presente en el barco. El primer teniente George Harrison había muerto.

Collingwood estaba allí para tomar el mando de la fragata de Nelson, pero el contagio cobró fuerza a pesar de todos sus considerables esfuerzos; había llegado a la desembocadura del río con el tercer convoy de refuerzos. El 30 de abril, Nelson firmó su última entrada en el registro de HMS Hinchinbroke con una mano temblorosa y fue llevado a Port Royal. Los oficiales y la tripulación del HMS Hinchinbroke estaban muy enfermos. El primer teniente había muerto una semana antes de que Nelson llegara.

A finales de año, 170 de los 200 en la reunión de Collingwood habían muerto, y “casi ninguno de los que habían sido atacados por los mosquitos se había recuperado para poder servir de nuevo”. La historia era similar a bordo de los otros barcos en San Juan. En ocho o nueve transportes, apenas veinte hombres estaban en condiciones de cumplir el servicio a principios de julio; el resto estaba enfermo o muerto".

Nelson dio informes verbales a Kemble y Collingwood, y lo transfirieron al Víctor para su viaje a Jamaica, navegando en mayo, pero permaneció el tiempo suficiente para enterarse de la toma del Castillo por dos Miskitos que llegaron a la desembocadura del río quejándose de la enfermedad y la falta del saqueo prometido. Horacio logró escribir dos cartas, una a Polson expresando su satisfacción de que el trabajo se había hecho antes de la llegada de Kemble, y la otra a Dalling. Del gobernador recibió una respuesta muy gratificante.

“Gracias a ti, amigo mío, por tus amables felicitaciones. A ti, sin cumplidos, atribuyo en gran medida el éxito”.

Cuando Collingwood se hizo cargo, había 70 marineros enfermos. Finalmente murieron 180 de los 200 que formaban parte de tripulación. Collingwood regresó a Jamaica debido a que Parker tuvo dificultades para reunir suficientes transportes y barcos para traer los restos de la expedición.

Nelson, con una figura demacrada, desembarcó en Port Royal, Jamaica. A sugerencia de William Cornwallis, no fue al hospital, donde había un gran peligro de una mayor infección. Nelson se había hecho amigo de Cornwallis, capitán del HMS León, en un viaje con él en 1779. Nelson fue atendido por su ama de llaves, Cuba Cornwallis, una exesclava que había tomado el nombre de Cornwallis, como lo hicieron muchas mujeres africanas en el servicio doméstico jamaiquino en ese momento. Sus remedios con hierbas restauraron la vitamina C en su cuerpo. Desde allí fue llevado a la casa del almirante Parker, donde fue cuidado por el almirante y su esposa. Lo más probable es que Nelson haya sufrido de una combinación de enfermedades, de las cuales la más segura fue su malaria recurrente. Además de la tifoidea, la cual es transmitida por el agua, sin duda complicada por la malaria.

A pesar de que el HMS Jano lo estaba esperando, Nelson no se recuperó lo suficiente como para asumir el mando. Durante los calurosos y pegajosos meses de verano, intentó regresar al servicio, pero hacia finales de agosto fue examinado por los cirujanos del hospital, quienes le recomendaron su regreso a casa. Parker entonces ordenó a Nelson que se fuera a Inglaterra, escribiendo al Almirantazgo que dudaba “si vivirá para llegar a casa”.

Nelson fue trasladado al HMS León, con su sirviente Frank Lepee, donde William Cornwallis lo cuidó. El barco salió de Port Royal el 5 de septiembre. El viaje duró casi tres meses, porque el HMS León era escolta de un gran convoy, que lentamente reunió a 140 barcos mercantes. El convoy navegó alrededor del extremo occidental de Cuba, donde recogió la fuerte corriente del norte que lo ayudó contra el viento alisio del noreste.

Para octubre estaban frente al cabo Florida. Solo 11 días después, un feroz huracán golpeó el lugar (Huracán San Calixto de 1780, considerado el peor del siglo). Doce barcos se perdieron; veintidós resultaron gravemente dañados. Cientos de oficiales y hombres se ahogaron, muchos conocidos por Nelson. Al final, después de todo esto logró llegar a Gran Bretaña a finales de noviembre y se recuperó gradualmente durante varios meses.

RESULTADO DE LA AVENTURA

El resultado de la expedición al Castillo tuvo pérdidas humanas que ascendieron a más de 2,500 hombres del lado británico. Esto convirtió a la expedición en uno mas de los desastres de guerra británicos del siglo XVIII. La mayoría murieron por enfermedades, pero algunos se ahogaron cuando dos barcos almacén se hundieron en un huracán en octubre. Incluso la mayoría de los prisioneros españoles perecieron antes de que pudieran ser devueltos a Cuba.

Los británicos evacuaron el Castillo antes de fin de año y fue reocupado por los españoles. Las recriminaciones volaron: contra Lawrie por los retrasos en la costa de Mosquitia, contra Polson por no asaltar el fuerte al principio como Nelson había sugerido, y principalmente contra Dalling. Los plantadores de Jamaica solicitaron el retiro de Dalling, quejándose de que había desangrado las defensas de la isla y dañado su economía.

Dalling sobrevivió a una investigación del Consejo y la Asamblea de Jamaica, pero el gobierno lo devolvió a Inglaterra donde las historias de las terribles pérdidas en la aventura del Río San Juan habían conmocionado al público. De todos los funcionarios dedicados a la expedición, sólo dos parecen haber surgido con crédito público: Nelson y Despard.

Casualmente, las ironías se unen en ambos casos. La publicación de los despachos de Polson llevó a Nelson a la atención de los lectores británicos por primera vez, y su desempeño innegablemente enérgico elevó sus acciones entre los oficiales navales, comerciantes y funcionarios públicos en las islas de las Indias Occidentales. Le dio a Horacio algo del reconocimiento y la atención que ansiaba. Esa, para él, fue la principal ganancia.

Orgulloso de su participación en la expedición, Nelson hizo que John Francis Rigaud (1742-1810) pintara su retrato a su regreso a Inglaterra, con el Río San Juan y el Castillo de la Inmaculada Concepción de fondo para conmemorar su logro.

Pintura al óleo sobre lienzo por John Francis Rigaud, 1781. National Maritime Museum, Londres. Puede verse El Castillo y el Río San Juan al fondo



Dalling había querido asestar un duro golpe al imperio español, pero no logro nada. Parece irónico que, un cuarto de siglo después, fuera el más talentoso de sus oficiales quien dañara irreparablemente la capacidad de España para defender ese imperio destruyendo su armada frente al cabo de Trafalgar, y por solo una fracción de la pérdida sufrida en Nicaragua.

Sin embargo, un destino aún más extraño esperaba al teniente Despard, el otro héroe de la debacle del río San Juan. A diferencia de Nelson, permaneció en las Indias Occidentales y sumó a sus laureles el derrotar a una fuerza española que invadió el asentamiento del Río Negro en 1782. Se convirtió en Superintendente de Asuntos Británicos en Honduras dos años más tarde, después de que Gran Bretaña negociara la adquisición de Belice a cambio de entregar los asentamientos de Mosquitia a España. Desafortunadamente, la carrera de Despard se vio obstaculizada. Las intrigas llevaron a su retiro; aunque fue absuelto de mala conducta, no fue reelegido.

El amargado irlandés se deslizó hacia el mundo de las tabernas de Londres, encontrando otros amigos y otras causas. Se asoció con patriotas irlandeses y radicales ingleses, y se familiarizó con las desigualdades e injusticias de la sociedad británica. En el año 1790, se unió a la Sociedad Correspondiente de Londres, una organización en gran parte de la clase obrera que buscaba, entre otras cosas, el sufragio universal masculino, pero sus sentimientos estaban en realidad más cerca del republicanismo revolucionario de Tom Paine y sus adherentes. En 1802, Despard se vio envuelto en un complot desesperado para asesinar al rey, apoderarse de la Torre de Londres, el Banco de Inglaterra y las Casas del Parlamento, e inaugurar un nuevo orden político. Fue capturado y procesado por alta traición.

Era vergonzoso para un hombre que entonces era el principal héroe nacional que se le pidiera que hablara por un traidor, pero Nelson lo hizo. No había visto a Despard desde el día en que salió del Castillo de San Juan y parecía extraño contemplarlo ahora, un revolucionario envejecido y mal vestido en el banquillo de los acusados de la Newington Sessions House, luchando desesperadamente por su vida ante el Gran Jurado de Surrey y un juez notorio por su severidad. Durante el contrainterrogatorio, Nelson trató de salvarlo:

“Luchamos juntos en el asedio al Castillo en El Río San Juan. Dormimos muchas noches juntos con nuestra ropa en el suelo. Hemos medido juntos la altura del muro del enemigo. En todo ese período de tiempo, ningún hombre podría haber mostrado un apego más celoso a su soberano y a su país que el coronel Despard. Me formé la opinión más alta de él en ese momento, como hombre y oficial, viéndolo tan dispuesto al servicio de su soberano. Después de haberlo perdido de vista durante los últimos veinte años, si me hubieran preguntado mi opinión sobre él, ciertamente debería haber dicho: “Si está vivo, es sin duda uno de los adornos más brillantes del ejército británico”.

Pero era inútil. Nelson no podía hacer más que tratar de asegurar una pensión para la esposa de un hombre condenado. Despard fue ejecutado, aceptando su destino tan valiente y desafiantemente como una vez había honrado una bandera en el ataque al Castillo en Nicaragua.

CARRERA DEL ALMIRANTE NELSON

Nelson desarrolló una reputación de valor personal y firme dominio de las tácticas, pero sufrió períodos de enfermedad y desempleo después del final de la Guerra de Independencia de Estados Unidos. El estallido de las Guerras Revolucionarias Francesas permitió que Nelson regresara al servicio, donde estuvo particularmente activo en el Mediterráneo. Luchó en varios conflictos en Tolón y fue importante en la captura de Córcega y en los asuntos diplomáticos posteriores con los estados italianos. En 1797 sobresalió mientras estaba al mando del HMS Captain en la Batalla del Cabo San Vicente.

Poco después de esa batalla, Nelson participó en la Batalla de Santa Cruz de Tenerife, donde su ofensiva fracasó y resultó gravemente herido, perdiendo el brazo derecho, y se vio obligado a regresar a Inglaterra para recuperarse.

Al año siguiente, obtuvo una victoria decisiva sobre los franceses en la Batalla del Nilo, permaneciendo en el Mediterráneo para apoyar al Reino de Nápoles contra una invasión francesa. En 1801, fue enviado al Báltico y obtuvo otra victoria, esta vez sobre los daneses en la batalla de Copenhague. Comandó el bloqueo de las flotas francesa y española en Tolón y, después de su fuga, las persiguió hasta las Indias Occidentales, teniendo que retirarse sin lograr entrar en combate. Después de un breve regreso a Inglaterra, se hizo cargo del bloqueo de Cádiz en 1805. El 21 de octubre de 1805, la flota franco-española salió del puerto y la flota de Nelson les atacó en la batalla de Trafalgar. La batalla se convirtió en una de las mayores victorias navales de Gran Bretaña, pero Nelson, a bordo del HMS Victory, fue herido de muerte por un tirador francés. Su cuerpo fue devuelto a Inglaterra, donde se le concedió un funeral de Estado.

La muerte de Nelson en Trafalgar aseguró su posición como una de las figuras más heroicas de Gran Bretaña. Numerosos monumentos, incluida la Columna de Nelson en Trafalgar Square, Londres, la cual visité en mayo de este año.

Plaza Trafalgar, Londres























Fuentes:

  • Roger Knight, THE PURSUIT OF VICTORY, THE LIFE AND ACHIEVEMENT OF HORATIO NELSON, 2005
  • John Sugden, NELSON: A DREAM OF GLORY 1758-1797, 1947
  • José Dolores Gámez, HISTORIA DE NICARAGUA: PARTE 05, 1975



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