Carlos F Fábregas
Hace algún tiempo, por casualidad, me topé con una pintura que capturó mi atención de inmediato. Al investigarla, descubrí que se trataba de “Los Mulatos de Esmeraldas”, una obra que retrata a africanos esclavizados que se rebelaron contra la Corona española durante la época colonial. Mi curiosidad me llevó a profundizar en el tema, dando origen a este artículo.
El término “cimarrón” designa a una persona que escapaba de la esclavitud. En el contexto colonial, los cimarrones eran esclavos africanos que huían de sus amos y se establecían en regiones remotas. La palabra proviene del taíno, una lengua indígena del Caribe, y significa "salvaje" o "fugitivo". En América, el cimarronaje se convirtió en un símbolo de resistencia frente a la opresión.
Pintura: “Los Mulatos de Esmeraldas”
Esta obra, un óleo sobre lienzo pintado en 1599 por Andrés Sánchez Gallque, se conserva hoy en el Museo de América en Madrid. En ella se representa a don Francisco de Arobe, de 56 años según indica el lienzo, junto a sus hijos, don Pedro (22 años) y don Domingo (18 años). El cuadro fue encargado por Juan del Barrio de Sepúlveda, oidor de la Real Audiencia de Quito, para el rey Felipe III de España, con la intención de mostrar la conversión y sumisión de los afrodescendientes a la monarquía española.
A pesar de su título, “Los Mulatos de Esmeraldas” no representa mulatos (hijos de blancos y afrodescendientes), sino a zambos, un término que describe la unión entre africanos y nativos americanos. La pintura documenta un momento clave en la región de Esmeraldas, en la costa norte del actual Ecuador, donde surgieron comunidades cimarronas lideradas por figuras como don Francisco de Arobe y Alonso de Illescas.
La Fuga y el Asentamiento en Esmeraldas
La historia de los cimarrones de Esmeraldas comienza con un naufragio. Un barco procedente del puerto de El Realejo, en Nicaragua, transportaba esclavos africanos y nativos hacia el puerto del Callao, en Perú. Al detenerse en la bahía de San Mateo, en la costa ecuatoriana, para abastecerse de agua y alimentos, una tormenta permitió la fuga de los esclavos. Estos fueron acogidos por los nativos locales, marcando el inicio de su asentamiento en la región.
Los africanos llegaron a América como esclavos al servicio de conquistadores, funcionarios reales y clérigos. Desde puertos como Panamá y Nicaragua, eran distribuidos por diversas provincias y, a través de rutas marítimas, algunos alcanzaron Esmeraldas. Según las crónicas, ingresaron en dos grupos principales.
El primero, liderado por Andrés Mangache entre 1540 y 1541, procedía probablemente de El Realejo y estaba casado con una nativa nicaragüense. Mangache consolidó su poder en la región mediante alianzas con algunos indígenas y la sumisión de otros. Tras su asesinato —posiblemente ordenado por Alonso de Illescas, quien buscaba unificar los cacicazgos—, le sucedió su hijo Juan, nombrado capitán y reconocido con el título de "don" en 1587. A la muerte de Juan, el liderazgo pasó a su hermano Francisco de Arobe, el protagonista del cuadro.
Francisco se convirtió al catolicismo junto a su esposa Juana y permitió la construcción de una iglesia en la bahía de San Mateo en 1578. Su visita a Quito, invitado por el oidor Juan del Barrio, fue un gesto político para negociar con los españoles, quienes finalmente reconocieron su gobernación sobre el territorio.
El segundo grupo llegó en 1553 a la playa de Portete, liderado por Antón de Guinea. De este contingente, según el clérigo Miguel Cabello de Balboa, sobrevivieron siete africanos y tres africanas, quienes se integraron bajo el mando de Alonso de Illescas. Tanto Antón como Illescas dominaban el español y aprendieron rápidamente la lengua nativa, lo que les permitió actuar como intermediarios entre los indígenas y los españoles.
Las Crónicas de Miguel Cabello de Balboa
El clérigo español Miguel Cabello de Balboa es una fuente clave sobre Esmeraldas. Enviado por los conquistadores, tuvo dos misiones: convertir al cristianismo a nativos y afrodescendientes, y abrir una vía de comunicación entre Quito y la costa del Pacífico. Sus escritos detallan la llegada de los cimarrones y su establecimiento en la región, ofreciendo un testimonio invaluable de esta resistencia.
Alonso de Illescas, nacido en 1528 en África —posiblemente en Cabo Verde, Congo o Angola—, fue capturado a los 10 años y llevado a Sevilla, donde adoptó el apellido de su amo. Allí aprendió el idioma, las tradiciones y la religión española. A los 25 años, fue trasladado a América vía Panamá rumbo al Perú, pero un naufragio frente a Esmeraldas le brindó la oportunidad de escapar con otros 22 afrodescendientes.
Illescas se convirtió en un líder formidable. Astuto y guerrero, consolidó su poder mediante violencia calculada y alianzas estratégicas. En un episodio notable, fue invitado a una fiesta por el cacique Chilindaule; aprovechando la embriaguez de los presentes, asesinó a los nobles y caciques aliados, apropiándose de sus territorios. También contrajo matrimonio con una indígena bien relacionada de la tribu Nigua, ganándose el apoyo local y el título de cacique. La Corona española reconoció a su hijo, Alonso Sebastián de Illescas, con el tratamiento de "don".
Su relación con Andrés Mangache fue conflictiva. Illescas, en su afán expansionista, probablemente lo mandó asesinar, acusándolo de atacar a españoles naufragados para justificar su muerte ante la Audiencia. Sin embargo, las evidencias sugieren que eran los hombres de Illescas quienes asaltaban a españoles e indígenas pacíficos, mientras Mangache pudo haber intentado contener esas incursiones, lo que le costó la vida.
Legado del Cimarronaje en Esmeraldas
El cimarronaje en Esmeraldas es un capítulo esencial de la resistencia afrodescendiente en la América colonial. La pintura “Los Mulatos de Esmeraldas”, más allá de su propósito propagandístico para la Corona, simboliza la compleja interacción entre las comunidades cimarronas y el poder español, reflejada en la conversión al catolicismo y el reconocimiento de líderes como Francisco de Arobe.
Figuras como Andrés Mangache, Antón de Guinea y Alonso de Illescas ilustran estrategias diversas de supervivencia: desde alianzas con indígenas y adaptación cultural hasta el uso de violencia para consolidar poder. Illescas, en particular, destaca por su habilidad política y militar, combinando diplomacia y traición para expandir su dominio.
Estos cimarrones no solo escaparon de la esclavitud, sino que fundaron sociedades autónomas que desafiaron el orden colonial. Su legado, parcialmente preservado en crónicas españolas, contribuyó a forjar las identidades afroecuatorianas. Hoy, “Los Mulatos de Esmeraldas” se erige como un testimonio visual de quienes resistieron desde los márgenes del imperio.
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